El Juego Simbólico: Mucho Más que “Jugar a las Casitas”

En los últimos días he leído muchas reflexiones en grupos de educadores sobre el juego simbólico. Algunos lo disfrutan, otros lo evitan, algunos sienten que no es su “zona de confort”. Estas conversaciones me han llevado a escribir esta entrada, porque estamos hablando de algo fundamental en la infancia. No es un detalle menor. El juego simbólico no es solo una forma de entretenerse: es una manifestación profunda del desarrollo infantil.

¿Qué es el juego simbólico?

Es ese momento en que un niño transforma una caja en un autobús, un plátano en un teléfono, o asume el rol de doctor, mamá, bombero o cocinera. Es el juego de “hacer como si…”, de representar el mundo, de ensayar roles, de experimentar la vida desde otros lugares.

Enfoque Reggio Emilia: acompañar sin dirigir

Desde la mirada Reggio Emilia, el adulto es observador, documentador y provocador. No necesita ser el protagonista del juego. No tiene que “jugar a las casitas” si no le nace de forma natural. Pero sí debe garantizar las condiciones para que ese juego ocurra: ofrecer un ambiente cuidado, materiales abiertos, tiempo sin prisa y, sobre todo, escucha profunda.

Cuando un niño invita a un adulto a participar en su juego simbólico, se trata de una puerta abierta a su mundo interior. Podemos aceptar esa invitación con respeto, sin tomar el control ni imponer ideas. A veces basta con estar ahí, atentos, acompañando desde el margen, disponibles.

¿Por qué es tan importante?

Porque el juego simbólico es mucho más que un momento lúdico. Está íntimamente ligado al desarrollo de habilidades complejas:

  • Lenguaje

  • Empatía

  • Regulación emocional

  • Solución de problemas

  • Toma de perspectiva

  • Flexibilidad cognitiva

A través de él, el niño explora el mundo, se comprende a sí mismo, ensaya relaciones sociales, procesa lo vivido y construye sentido. Jugar es pensar, es organizar el caos de lo real en una narrativa propia. Es el “currículo vivo” de la infancia.

Cuando el juego simbólico no aparece...

También es importante decirlo: la ausencia de juego simbólico puede ser una señal de alerta. No necesariamente significa que haya un trastorno, pero sí debe despertar nuestra atención.

En algunos casos, la falta de juego simbólico puede estar asociada a dificultades del desarrollo: trastornos del espectro autista, retrasos en el lenguaje o en la comunicación social. Por eso, observar cómo juega un niño es observar cómo está.

Y si a mí como adulto no me gusta jugar...

Está bien. No todos los adultos disfrutan participar en el juego simbólico, y eso es válido. Pero si trabajamos con niños pequeños, necesitamos encontrar la forma de honrar el juego aunque no sea “nuestro fuerte”.

Podemos preguntarnos:

  • ¿Qué creencias arrastro sobre el juego?

  • ¿Qué me incomoda del juego simbólico?

  • ¿Cómo puedo acompañarlo sin perder mi autenticidad?

Tal vez prefieras documentar, crear ambientes, preparar provocaciones, ofrecer materiales, observar y luego reflexionar. Todo eso también es parte del acompañamiento pedagógico.

En la educación infantil, jugar no es perder el tiempo ni rellenar espacios. Jugar es el lenguaje natural del niño. Es su forma de conocer, de construir su identidad y de habitar el mundo.

Como educadores, acompañar ese juego simbólico con respeto, sensibilidad y presencia es una forma de decirle al niño: “Tu manera de ver el mundo importa. Lo que imaginas, vale”.

 

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